El problema de salir a comer en España, según el Chef Anthony Bourdain, es que de camino a un restaurante, te encuentras con otros cuatro donde se te antoja comer. Y nada es tan cierto cuando andas perdido por el recoveco de calles que se dirigen a la Plaza Mayor. Cervecerías. Bares de tapas. Lugares de familia con su coqueto menú del día junto a la puerta. Es una estampa de gente feliz y golosa pasándola muy a gusto en establecimientos llenos de tradición, en los modernos y hasta en los chinchorritos de la calle.
La pequeña lista de restaurantes que me preparó mi compañero Luis de España fue creciendo con anotaciones y sugerencias de nuestros nuevos amigos madrileños. Entre ellas, claro está, no podía faltar el restaurante más antiguo del mundo, precisamente bajando la vieja escalerilla de Plaza Mayor.
El famoso Sobrino de Botín o simplemente Botín en la Calle Cuchilleros de Madrid es un restaurante muy sencillo por fuera y por adentro, pero con tanto espíritu e historias como para haber acabado en los relatos de Hemingway (Muerte en la tarde), en los de Pérez Galdós (Fortunata y Jacinta) o María Dueñas (El tiempo entre costuras). Abierto desde 1725.
“Ea, Celedonia, ponte tu falda nueva, que vas a casa de Botín,” escribe Pérez Galdós en su obra Misericordia. “¿Y qué menos había de pedir la señora, para hacer boca en aquel día fausto, que dos gallinas asadas, cuatro pescadillas fritas y un buen trozo de solomillo, con la ayuda de jamón dulce, huevo hilado, y acompañamiento de una docena de bartolillos?... ¡Hala!”
Entrar a botín es como entrar a un mundo que solo vives a través de la literatura, lo cual no es de menos esperar cuando hace más de tres siglos atrás fue una posada de mercaderes que llegaban a Madrid de todas partes. Por aquí ha pasado mucha gente. Pero igual que toda la vida, el anfitrión y los meseros te reciben como de costumbre de punta en blanco y con una cálida bienvenida. "¿Qué os trae por aquí? ¿Cómo os trata Madrid?" Nos sentimos como clientes regulares, aunque el Botín siempre está tepe a tepe de comensales.
Me encanta como cada salón comedor tiene un alma distinta. En este restaurante de cuatro niveles aunque el espacio es preciso, el ambiente es muy acogedor entre los detalles únicos plasmados en cada rincón: los ventanales, los cuadros, los candelabros, los hermosos azulejos en las paredes, las jarras y botellas de licor en el bar.
Incluso, el horno de asar que lleva en el Botín desde 1725 tiene una presencia esencial y mantiene ese olor particular de la leña que se mezcla bellamente con todos los aromas clásicos de las recetas madrileñas.
El menú aquí también es preciso y no tiene porqué variar mucho. Su enfoque es la tradición y la celebración de esos ingredientes locales que distinguen a áreas particulares en España. Se prepara todo con ingredientes de la fuente, directo a la mesa.
Sus carnes rostizadas son la especialidad, pero ofrecen unos platos de mariscos increíbles, como los chipirones en su tinta, el filete de merluza, el bacalao en salsa de tomate o las gambas al ajillo. Tienen platos con vegetales que son sencillos y exquisitos, como el revuelto de huevos con espárragos trigueños, las setas o las alcachofas salteadas y las verduras mixtas con jamón ibérico.
Como entremés, nada como probar sus pimientos asados con bacalao, la ensalada riojana o unas croquetas, acompañado de la sangría tinta de la casa. Y para el postre, la despedida perfecta es esa bendita torta de la casa, la torta botín con mucha crema y merengue flambeado.
No hubo un solo bocado que no valiera la pena. Con la barriga llena y el corazón contento, el Botín nos regaló sin duda un pedacito de Madrid que va más allá de la cocina y que al igual que un libro o un disco de música que define algún momento importante, este restaurante nos traerá muchos recuerdos gratos el día que estemos de regreso. A continuación, los dejamos con otro par de fotos.
Fotos anteriores: La vieja escalerilla de Plaza Mayor, Uno de los salones comedores, El bar de la entrada, El horno, Los huevos con espárragos trigueños.
La pequeña lista de restaurantes que me preparó mi compañero Luis de España fue creciendo con anotaciones y sugerencias de nuestros nuevos amigos madrileños. Entre ellas, claro está, no podía faltar el restaurante más antiguo del mundo, precisamente bajando la vieja escalerilla de Plaza Mayor.
El famoso Sobrino de Botín o simplemente Botín en la Calle Cuchilleros de Madrid es un restaurante muy sencillo por fuera y por adentro, pero con tanto espíritu e historias como para haber acabado en los relatos de Hemingway (Muerte en la tarde), en los de Pérez Galdós (Fortunata y Jacinta) o María Dueñas (El tiempo entre costuras). Abierto desde 1725.
“Ea, Celedonia, ponte tu falda nueva, que vas a casa de Botín,” escribe Pérez Galdós en su obra Misericordia. “¿Y qué menos había de pedir la señora, para hacer boca en aquel día fausto, que dos gallinas asadas, cuatro pescadillas fritas y un buen trozo de solomillo, con la ayuda de jamón dulce, huevo hilado, y acompañamiento de una docena de bartolillos?... ¡Hala!”
Entrar a botín es como entrar a un mundo que solo vives a través de la literatura, lo cual no es de menos esperar cuando hace más de tres siglos atrás fue una posada de mercaderes que llegaban a Madrid de todas partes. Por aquí ha pasado mucha gente. Pero igual que toda la vida, el anfitrión y los meseros te reciben como de costumbre de punta en blanco y con una cálida bienvenida. "¿Qué os trae por aquí? ¿Cómo os trata Madrid?" Nos sentimos como clientes regulares, aunque el Botín siempre está tepe a tepe de comensales.
Me encanta como cada salón comedor tiene un alma distinta. En este restaurante de cuatro niveles aunque el espacio es preciso, el ambiente es muy acogedor entre los detalles únicos plasmados en cada rincón: los ventanales, los cuadros, los candelabros, los hermosos azulejos en las paredes, las jarras y botellas de licor en el bar.
Incluso, el horno de asar que lleva en el Botín desde 1725 tiene una presencia esencial y mantiene ese olor particular de la leña que se mezcla bellamente con todos los aromas clásicos de las recetas madrileñas.
El menú aquí también es preciso y no tiene porqué variar mucho. Su enfoque es la tradición y la celebración de esos ingredientes locales que distinguen a áreas particulares en España. Se prepara todo con ingredientes de la fuente, directo a la mesa.
Sus carnes rostizadas son la especialidad, pero ofrecen unos platos de mariscos increíbles, como los chipirones en su tinta, el filete de merluza, el bacalao en salsa de tomate o las gambas al ajillo. Tienen platos con vegetales que son sencillos y exquisitos, como el revuelto de huevos con espárragos trigueños, las setas o las alcachofas salteadas y las verduras mixtas con jamón ibérico.
Como entremés, nada como probar sus pimientos asados con bacalao, la ensalada riojana o unas croquetas, acompañado de la sangría tinta de la casa. Y para el postre, la despedida perfecta es esa bendita torta de la casa, la torta botín con mucha crema y merengue flambeado.
No hubo un solo bocado que no valiera la pena. Con la barriga llena y el corazón contento, el Botín nos regaló sin duda un pedacito de Madrid que va más allá de la cocina y que al igual que un libro o un disco de música que define algún momento importante, este restaurante nos traerá muchos recuerdos gratos el día que estemos de regreso. A continuación, los dejamos con otro par de fotos.
La sangría tinta de la casa
La torta del Botín
La Calle Cuchilleros
Algunos restaurantes de la Calle Cuchilleros
He disfrutado muchísimo este post. Gracias.
ReplyDeleteSaludos,
Vero
La cocina de Vero