Un huerto necesita más que agua y buen terreno para crecer. Necesita de una comunidad que respete y crea en la tierra.
Se necesita de una filosofía social de integración con el ecosistema que nos da de comer, las herramientas para sobrevivir y las razones para creer en un futuro. Nuestros indios sabían mucho de eso.
Sin embargo, a través de la historia ese entendimiento con la tierra ha evolucionado según lo ha hecho nuestra estructura social, cambiado a su vez, la manera en que vivimos, nuestras circunstancias sociales, económicas y políticas, y hasta la percepción que tenemos de nosotros mismos.
Como dice Francisco Moscoso en Agricultura y Sociedad en Puerto Rico, “Hablar de la agricultura no es solamente decir que se cultivaba yuca, maíz, café o azúcar en un momento y otro, es tener conciencia de que ella fue (y es) fruto de las iniciativas y de las luchas de la gente de todos los días que reclama la tierra y que labora arduamente para producir alimentos básicos y los más diversos bienes agrícolas”.
En esa incesante lucha, hemos visto muchos momentos de prosperidad a través de los años, pero asimismo la creciente decadencia agrícola en Puerto Rico nos ha dejado asustados en medio de un panorama donde se importa del extranjero cerca del 85 porciento de los alimentos, como bien lo presentó 80 Grados en su importante serie de agroecología.
En busca de respuestas y lecciones aprendidas, cada vez más son las personas que están echando un vistazo histórico con la esperanza de revivir nuestras tierras y romper con la peligrosa dependencia a la importación.
Cada etapa de nuestra narrativa nacional tiene circunstancias y retos muy alejados a la realidad de hoy, claro está, pero como toda plaga que amenaza con extinguir un valioso recurso natural, la respuesta siempre está en estudiar el origen y el desarrollo.
En ese plan, retrocedamos el reloj unos cuantos siglos atrás.
El sistema Taíno
Mientras los isleños de la actualidad podemos quedarnos sin reservas ante una catástrofe natural o humana, los indios encontraban la manera de sobrevivir hambruna o problemas con el cultivo, a pesar de huracanes, lluvias excesivas, insectos invasivos o sequías. Ellos tenían un sistema.
Vivían en harmonía con su ecosistema, rodeados de conucos o espacios de cultivos que estaban personalmente atendidos por miembros designados de la aldea. Cada miembro de la tribu debía desempeñar con orgullo su función y los agricultores no eran la excepción. Era indispensable además cosechar suficiente para alimentar a cada familia, e incluso para almacenar en anticipación a los meses más difíciles o los fenómenos naturales.
Se practicaba la pesca y la caza para subsistir, pero nada era más importante que cuidar el conuco. Ese vínculo nunca se daba por sentado. También, practicaban el intercambio de sus cosechas con islas cercanas y otras partes de la Isla, de manera que todos tuvieran lo que necesitaran. Luego de cada temporada, se practicaba además la quema para nutrir la tierra, se ajustaba el sistema de riego y se calaba con vigor para mantener la solidez del terreno año tras año. Más que una labor de amor, se entendía claramente que era lo que necesitaba ese pedazo de tierra. Sentían un gran respeto por la naturaleza que les daba vivienda, comida y las herramientas para vestirse y crear pequeños instrumentos.
Los conquistadores que llegaron a Borikén tuvieron que reconocer lo organizado y efectivo del sistema agrícola Taíno. Rápidamente, se establecieron cerca de las aldeas para comenzar su control de las tierras y aprovecharse de los frutos de cada conuco. Dependían casi completamente de los Taínos para poder subsistir.
Los españoles y la pérdida del equilibrio
El equilibrio con la tierra comenzó a perderse con la imposición de poder español y su deseo por implementar una sociedad extranjera en un mundo donde no hacía mucho sentido aún. Comenzaron a experimentar con la tierra en un intento por adaptar técnicas de agricultura española y desarrollar nuevos cultivos para consumo español o con el objetivo de explotar la tierra buscando riqueza.
El rol del agricultor se convirtió entonces en un siervo de la corona en lugar de un importante miembro contribuyente de una comunidad en evolución.
En Agricultura y Sociedad en Puerto Rico se narra mucho sobre el comienzo de este desequilibrio. Mientras se fue diezmando la sociedad Taína por el abuso colonial y las labores mineras a las que fueron asignados, los colonizadores fueron estableciendo estancias agrícolas cerca de las zonas mineras. No siempre se les daba lo que traían de Europa, por lo que continuaron cultivando yuca, ajíes, raíces, maíz y plátano, al igual que criaron algo de ganado y aves.
Aún así, comenzó la dependencia por la importación de alimentos de España que hasta hoy día forman parte de nuestra dieta nacional. Se comenzó a importar harina, aceite de oliva, vino, especias y hasta el popular bacalao, entre muchos otros alimentos nuevos.
Nelson Álvarez Febles en su serie de agroecología también habla de cómo comenzó la caza indiscriminada de animales y de cómo la ignorancia de los ciclos reproductivos contribuyeron a la extinción de especies nativas. Igualmente continuó la ganadería irresponsable y el dominio de monocultivos como el café, el jengibre, el tabaco que contribuyeron a la destrucción de manglares, valles y bosques.
A mediados del 1500, particularmente, el futuro comenzó a vincularse con el desarrollo de la economía azucarera esclavista. Y como bien explica Francisco Moscoso, los ingenios azucareros jugaron un papel muy importante en la continuidad de la estructura y filosofía colonizadora. El núcleo de los pueblos fue cobrando forma con la integración de nuevos roles, como el de los señores, los mercaderes, estancieros, los artesanos y los esclavos.
En éste y cualquiera de los monocultivos españoles, el nuevo jíbaro boricua tenía muy poco o ningún derecho a opinar sobre el futuro de su tierra. A pesar de su gran conocimiento agrícola heredado de los Taínos, gran parte de las tierras preciadas para el cultivo al norte de la Isla pertenecían a los colonizadores.
Fueron muchas las luchas que buscaban la redistribución justa de la tierra, casi acabando en guerra civil, y lo único que nuestro jíbaro quería era un simple pedacito de tierra para alimentar a su familia y un sobrante para vender a la gente del pueblo. Derechos básicos que todo hombre debería tener.
El siglo 18 y la sabiduría jíbara
El panorama cambió un poco en el siglo 18. Con la decadencia del azúcar y el jengibre para el comercio, se redujo el nivel de producción y consumo a nivel local. La economía había llegado a uno de sus peores momentos en la historia y se necesitaba de un empujón muy grande para revivirla. Fue entonces cuando entra en escena el jíbaro puertorriqueño.
Los líderes del país, en un intento desesperado por cambiar el panorama, habían decidido ofrecer como incentivo las tierras de cultivo a finales del siglo 17. Y como decimos en buen puertorriqueño, el sector campesino de la Isla, no comió cuentos. Esta clase estanciera fue el componente social que más creció en el siglo 18 y los agricultores independientes formaban el grueso de la población.
Se trataba de una nueva oportunidad para el grupo que había terminado trabajando sumisamente para los grandes señores de hacienda.
El jíbaro de nuestra Isla nació de los pocos indígenas que se recogieron al interior del país, y que aunque se fueron mezclando con españoles y cimarrones, nunca olvidaron muchos detalles de la cultura taína, incluyendo las prácticas de agricultura.
Desde proteger los terrenos contra la erosión, hasta las prácticas de quema, rotación y la tala, explica como los jíbaros sabían manejar muy bien el suelo isleño con el propósito de florecer una diversidad de cultivos de manera saludable y orgánica. Estos principios fueron precisamente los que promovieron la prosperidad de nuestras tierras en el siglo 18.
Moscoso comenta también que “el pulso de la sociedad se mantuvo latiendo por la agricultura, la ganadería y la pesca local.” Nos mantuvimos fuertes, saludables y productivos con una dieta criolla de pan casabe, arroz, plátano, batata, pescado y algunas carnes, suplementado por frutas como las piñas, las naranjas, granadas, cidras y limones.
No todo siempre fue fácil, claro está. Seguía el dominio comercial por parte de los nuevos inmigrantes y españoles, al igual que las luchas con los grandes señores que siempre buscaban cómo quitarle parte de lo suyo a los jíbaros. Pero al menos teníamos qué comer.
Un nuevo siglo y la llegada de los norteamericanos
Con el nuevo cambio de siglo, el jíbaro boricua se vio otra vez marginalizado y al servicio del gran señor. Los que estaban en poder se beneficiaban de sus conocimientos en agricultura, pero no les daban control sobre lo que se hacía con la tierra o a quién beneficiaba. Con mucha suerte, tenían un pedacito de tierra para alimentar a la familia.
El abuso, la violencia y el desequilibrio social eran evidentes. Vemos otra vez el énfasis en los cultivos comerciales, mientras el cultivo de alimentos para consumo local se ve reducido.
Ante esta nueva realidad, comienzan a nacer nuevos movimientos revolucionarios entre los campesinos que querían liberarse del abuso colonial, y una de sus preocupaciones principales era sin duda enfocar la agricultura para beneficio de la gente de Puerto Rico.
Fue otro periodo tumultuoso lleno de luchas que, a su vez, sirvieron para definir las bases de la identidad puertorriqueña. El sentido de pertenencia, el valor por la tierra y la necesidad de darle un futuro de libertad a su familia ya estaban muy arraigados.
Pero cuando los jíbaros sentían que habían logrado algún tipo de progreso, entra en escena el norteamericano en 1989. Desafortunadamente, las intenciones y objetivos comerciales de los nuevos jefes en mando no se alejaban mucho de los objetivos españoles. Llegaron además completamente ajenos a la realidad agrícola y como era de esperarse, no tenían una idea clara de cómo lidiar con nuestra sociedad isleña.
Demás está decir que fue un periodo de transición bastante doloroso y contribuyeron al comienzo de un periodo de extrema pobreza.
Los norteamericanos dominaron el panorama agrícola y comercial en poco tiempo. Habían llegado dispuestos a sacarle fruto a su inversión y eran dueños de todo. Buscaron la manera de sobrellevar las dificultades del periodo de transición y en solo unas décadas—para los 30s y los 40s--ya en Puerto Rico gozábamos de bastante estabilidad agrícola, controlada casi en su totalidad por los norteamericanos. Este panorama donde el éxito extranjero dominaba a los esfuerzos isleños ciertamente tuvo un efecto inevitable en la psiquis local.
La historia de la familia Fonalledas a principio de siglo es quizás una de esas pocas excepciones. Se trata de cuatro hermanos criollos que se juntaron para adquirir un pedazo de tierra y trabajaron duro hasta establecer un imperio en la industria de la leche en el norte de la Isla. Giovanni Rodríguez en su artículo Third Plaza considera su éxito como uno de los primeros intentos puertorriqueños de formar una gran empresa y ciertamente lograron su objetivo. Sin embargo, no todos corrieron la misma suerte.
El puertorriqueño de esta época batalló mucho para sobrevivir. Muchos tuvieron que emigrar a la ciudad y cambiar su estilo de vida completamente. Se sentían fracasados, pisados y no solo se comienza a mirar con vergüenza a la filosofía jíbara, sino que se intenta buscar razones para desacreditar sus prácticas y estilo de vida.
Ante la sociedad, el jíbaro vivía con los ojos en el pasado, soñando con un pedacito de tierra que no rendía frutos. Se decía que el jíbaro no sabía comer, aunque había alimentado a su familia de la misma manera por un fracatán de años. Se desprestigió la forma local de comer para darle paso al estilo de vida de la nación en poder, así hiciera sentido o no como parte de nuestra realidad isleña. Y lo mismo ocurrió con la forma que se atendía la tierra. Las grandes maquinarias se seguirían encargando de cultivar para generar capital y la importación se encargaría de alimentarnos en su mayoría.
Las cosas tampoco cambiaron mucho cuando en 1952 Puerto Rico pasa a ser estado libre asociado de Estados Unidos o, en otras palabras, una colonia americana con control del gobierno interno. Bajo la Operación Manos a la Obra, se le dio inicio al plan de industrializar la Isla para ofrecerle un mejor futuro a su gente. A la vez, se buscaba criollizar la filosofía empresarial extranjera y se le dio prioridad a las fábricas estadounidenses.
La tierra dejó de ser la prioridad y se tachó de insostenible. Álvarez Febles cita la densidad elevada de población como una de las razones que se ha utilizado. El mismo jíbaro que conocía las maneras orgánicas de sacarle fruto a la tierra ahora debía ponerse el casco y ponchar de 8:00am a 5:00pm en la línea de producción.
El nuevo jíbaro
El estilo de vida industrial nos mantuvo conformes por muchos años, y sí sacó a muchos de la pobreza. Compramos casa de cemento, carros último modelo y cuanto embeleco engancharon en las vitrinas de Plaza las Americas. Nuestros hijos hasta fueron a universidades norteamericanas y el retiro llegaba sin problemas. Life seemed pretty good.
Pero no por nada los economistas le dicen a Puerto Rico una bomba de tiempo. Una sociedad de consumo sin una base agrícola, necesita otra fuente de ingresos que esté completamente apoyada por un gobierno de estabilidad considerable. Nosotros no tenemos ni una, ni la otra. Nos estamos quedando literalmente en la prángana y la Isla del Encanto se está quedando completamente vacía. Cada año, miles de familias empacan sus motetes para buscar fortuna en nuevas tierras. Algunos lo hacen buscando qué comer, y otros buscando empezar de cero.
Está el puertorriqueño que brinca el charco pa’ lante y pa’tras, siempre intentando volver a su Isla. Y están los vaqueros boricuas-- muy parecidos a esos jíbaros bravos del siglo 18 y 19-- que siguen dando la lucha contra todo.
Estos vaqueros están inventándose formas nuevas de darle de comer a su tribu y se están replanteando las filosofías políticas y sociales para ver si es posible tomar las riendas de su destino.
En estos días se habla con mucho fervor de la importancia que tiene la seguridad alimentaria y el impacto que esa seguridad puede tener en la psiquis de nuestra gente. El error más grave fue que al olvidarnos completamente de la agricultura para establecer la filosofía industrial como un simple remendón a un problema económico, dejamos ir a una parte vital de nosotros: nuestra tierra.
La cubrimos con cemento, la contaminamos, la malgastamos y ahora nos preguntamos si lo poco que queda representará algún tipo de salida. Solo los que han aceptado la encomienda con verdadero compromiso, dicen que sí.
El futuro se ve prometedor en los ojos de agricultores como los de Tierra Prometida en Aguadilla. Este programa agrícola no solo emplea y le ga refugio a personas sin hogar, sino que rinde frutos suficientes para abrir un mercado de verduras a precios razonables. Al igual que este programa, están floreciendo muchos otros como Siembra Tres Vidas, Hacienda Jeanmarie, El Paraíso y Productos Montemar. Está renaciendo también la popularidad de puntos de venta como el Mercado Agrícola del Viejo San Juan y la Placita de Santurce.
Los huertos urbanos son igualmente bien recibidos entre las familias jóvenes puertorriqueñas, así como la alimentación saludable con los frutos locales, el uso de la bicicleta y otras prácticas ecológicas. Poco a poco el mensaje está llegando y el orgullo por lo nuestro vuelve a tener sentido, más allá de los certámenes de belleza y las competencias de boxeo. Igual que los jíbaros del siglo 18, volvemos a soñar con un sentido de pertenencia, una tierra que rinda frutos y la libertad de forjar nuestro propio futuro.
Si es cierto que la nostalgia nos da las fuerzas para emprender caminos con más sabiduría, esperemos que esta nueva actitud esperanzadora acabe de una vez y por todas con esa plaga que continúa amenazando la relación esencial que debemos tener con nuestra tierra.
Se necesita de una filosofía social de integración con el ecosistema que nos da de comer, las herramientas para sobrevivir y las razones para creer en un futuro. Nuestros indios sabían mucho de eso.
Sin embargo, a través de la historia ese entendimiento con la tierra ha evolucionado según lo ha hecho nuestra estructura social, cambiado a su vez, la manera en que vivimos, nuestras circunstancias sociales, económicas y políticas, y hasta la percepción que tenemos de nosotros mismos.
Como dice Francisco Moscoso en Agricultura y Sociedad en Puerto Rico, “Hablar de la agricultura no es solamente decir que se cultivaba yuca, maíz, café o azúcar en un momento y otro, es tener conciencia de que ella fue (y es) fruto de las iniciativas y de las luchas de la gente de todos los días que reclama la tierra y que labora arduamente para producir alimentos básicos y los más diversos bienes agrícolas”.
En esa incesante lucha, hemos visto muchos momentos de prosperidad a través de los años, pero asimismo la creciente decadencia agrícola en Puerto Rico nos ha dejado asustados en medio de un panorama donde se importa del extranjero cerca del 85 porciento de los alimentos, como bien lo presentó 80 Grados en su importante serie de agroecología.
En busca de respuestas y lecciones aprendidas, cada vez más son las personas que están echando un vistazo histórico con la esperanza de revivir nuestras tierras y romper con la peligrosa dependencia a la importación.
Cada etapa de nuestra narrativa nacional tiene circunstancias y retos muy alejados a la realidad de hoy, claro está, pero como toda plaga que amenaza con extinguir un valioso recurso natural, la respuesta siempre está en estudiar el origen y el desarrollo.
En ese plan, retrocedamos el reloj unos cuantos siglos atrás.
El sistema Taíno
Mientras los isleños de la actualidad podemos quedarnos sin reservas ante una catástrofe natural o humana, los indios encontraban la manera de sobrevivir hambruna o problemas con el cultivo, a pesar de huracanes, lluvias excesivas, insectos invasivos o sequías. Ellos tenían un sistema.
Vivían en harmonía con su ecosistema, rodeados de conucos o espacios de cultivos que estaban personalmente atendidos por miembros designados de la aldea. Cada miembro de la tribu debía desempeñar con orgullo su función y los agricultores no eran la excepción. Era indispensable además cosechar suficiente para alimentar a cada familia, e incluso para almacenar en anticipación a los meses más difíciles o los fenómenos naturales.
Se practicaba la pesca y la caza para subsistir, pero nada era más importante que cuidar el conuco. Ese vínculo nunca se daba por sentado. También, practicaban el intercambio de sus cosechas con islas cercanas y otras partes de la Isla, de manera que todos tuvieran lo que necesitaran. Luego de cada temporada, se practicaba además la quema para nutrir la tierra, se ajustaba el sistema de riego y se calaba con vigor para mantener la solidez del terreno año tras año. Más que una labor de amor, se entendía claramente que era lo que necesitaba ese pedazo de tierra. Sentían un gran respeto por la naturaleza que les daba vivienda, comida y las herramientas para vestirse y crear pequeños instrumentos.
Los conquistadores que llegaron a Borikén tuvieron que reconocer lo organizado y efectivo del sistema agrícola Taíno. Rápidamente, se establecieron cerca de las aldeas para comenzar su control de las tierras y aprovecharse de los frutos de cada conuco. Dependían casi completamente de los Taínos para poder subsistir.
Los españoles y la pérdida del equilibrio
El equilibrio con la tierra comenzó a perderse con la imposición de poder español y su deseo por implementar una sociedad extranjera en un mundo donde no hacía mucho sentido aún. Comenzaron a experimentar con la tierra en un intento por adaptar técnicas de agricultura española y desarrollar nuevos cultivos para consumo español o con el objetivo de explotar la tierra buscando riqueza.
El rol del agricultor se convirtió entonces en un siervo de la corona en lugar de un importante miembro contribuyente de una comunidad en evolución.
En Agricultura y Sociedad en Puerto Rico se narra mucho sobre el comienzo de este desequilibrio. Mientras se fue diezmando la sociedad Taína por el abuso colonial y las labores mineras a las que fueron asignados, los colonizadores fueron estableciendo estancias agrícolas cerca de las zonas mineras. No siempre se les daba lo que traían de Europa, por lo que continuaron cultivando yuca, ajíes, raíces, maíz y plátano, al igual que criaron algo de ganado y aves.
Aún así, comenzó la dependencia por la importación de alimentos de España que hasta hoy día forman parte de nuestra dieta nacional. Se comenzó a importar harina, aceite de oliva, vino, especias y hasta el popular bacalao, entre muchos otros alimentos nuevos.
Nelson Álvarez Febles en su serie de agroecología también habla de cómo comenzó la caza indiscriminada de animales y de cómo la ignorancia de los ciclos reproductivos contribuyeron a la extinción de especies nativas. Igualmente continuó la ganadería irresponsable y el dominio de monocultivos como el café, el jengibre, el tabaco que contribuyeron a la destrucción de manglares, valles y bosques.
A mediados del 1500, particularmente, el futuro comenzó a vincularse con el desarrollo de la economía azucarera esclavista. Y como bien explica Francisco Moscoso, los ingenios azucareros jugaron un papel muy importante en la continuidad de la estructura y filosofía colonizadora. El núcleo de los pueblos fue cobrando forma con la integración de nuevos roles, como el de los señores, los mercaderes, estancieros, los artesanos y los esclavos.
En éste y cualquiera de los monocultivos españoles, el nuevo jíbaro boricua tenía muy poco o ningún derecho a opinar sobre el futuro de su tierra. A pesar de su gran conocimiento agrícola heredado de los Taínos, gran parte de las tierras preciadas para el cultivo al norte de la Isla pertenecían a los colonizadores.
Fueron muchas las luchas que buscaban la redistribución justa de la tierra, casi acabando en guerra civil, y lo único que nuestro jíbaro quería era un simple pedacito de tierra para alimentar a su familia y un sobrante para vender a la gente del pueblo. Derechos básicos que todo hombre debería tener.
El siglo 18 y la sabiduría jíbara
El panorama cambió un poco en el siglo 18. Con la decadencia del azúcar y el jengibre para el comercio, se redujo el nivel de producción y consumo a nivel local. La economía había llegado a uno de sus peores momentos en la historia y se necesitaba de un empujón muy grande para revivirla. Fue entonces cuando entra en escena el jíbaro puertorriqueño.
Los líderes del país, en un intento desesperado por cambiar el panorama, habían decidido ofrecer como incentivo las tierras de cultivo a finales del siglo 17. Y como decimos en buen puertorriqueño, el sector campesino de la Isla, no comió cuentos. Esta clase estanciera fue el componente social que más creció en el siglo 18 y los agricultores independientes formaban el grueso de la población.
Se trataba de una nueva oportunidad para el grupo que había terminado trabajando sumisamente para los grandes señores de hacienda.
El jíbaro de nuestra Isla nació de los pocos indígenas que se recogieron al interior del país, y que aunque se fueron mezclando con españoles y cimarrones, nunca olvidaron muchos detalles de la cultura taína, incluyendo las prácticas de agricultura.
Desde proteger los terrenos contra la erosión, hasta las prácticas de quema, rotación y la tala, explica como los jíbaros sabían manejar muy bien el suelo isleño con el propósito de florecer una diversidad de cultivos de manera saludable y orgánica. Estos principios fueron precisamente los que promovieron la prosperidad de nuestras tierras en el siglo 18.
Moscoso comenta también que “el pulso de la sociedad se mantuvo latiendo por la agricultura, la ganadería y la pesca local.” Nos mantuvimos fuertes, saludables y productivos con una dieta criolla de pan casabe, arroz, plátano, batata, pescado y algunas carnes, suplementado por frutas como las piñas, las naranjas, granadas, cidras y limones.
No todo siempre fue fácil, claro está. Seguía el dominio comercial por parte de los nuevos inmigrantes y españoles, al igual que las luchas con los grandes señores que siempre buscaban cómo quitarle parte de lo suyo a los jíbaros. Pero al menos teníamos qué comer.
Un nuevo siglo y la llegada de los norteamericanos
Con el nuevo cambio de siglo, el jíbaro boricua se vio otra vez marginalizado y al servicio del gran señor. Los que estaban en poder se beneficiaban de sus conocimientos en agricultura, pero no les daban control sobre lo que se hacía con la tierra o a quién beneficiaba. Con mucha suerte, tenían un pedacito de tierra para alimentar a la familia.
El abuso, la violencia y el desequilibrio social eran evidentes. Vemos otra vez el énfasis en los cultivos comerciales, mientras el cultivo de alimentos para consumo local se ve reducido.
Ante esta nueva realidad, comienzan a nacer nuevos movimientos revolucionarios entre los campesinos que querían liberarse del abuso colonial, y una de sus preocupaciones principales era sin duda enfocar la agricultura para beneficio de la gente de Puerto Rico.
Fue otro periodo tumultuoso lleno de luchas que, a su vez, sirvieron para definir las bases de la identidad puertorriqueña. El sentido de pertenencia, el valor por la tierra y la necesidad de darle un futuro de libertad a su familia ya estaban muy arraigados.
Pero cuando los jíbaros sentían que habían logrado algún tipo de progreso, entra en escena el norteamericano en 1989. Desafortunadamente, las intenciones y objetivos comerciales de los nuevos jefes en mando no se alejaban mucho de los objetivos españoles. Llegaron además completamente ajenos a la realidad agrícola y como era de esperarse, no tenían una idea clara de cómo lidiar con nuestra sociedad isleña.
Demás está decir que fue un periodo de transición bastante doloroso y contribuyeron al comienzo de un periodo de extrema pobreza.
Los norteamericanos dominaron el panorama agrícola y comercial en poco tiempo. Habían llegado dispuestos a sacarle fruto a su inversión y eran dueños de todo. Buscaron la manera de sobrellevar las dificultades del periodo de transición y en solo unas décadas—para los 30s y los 40s--ya en Puerto Rico gozábamos de bastante estabilidad agrícola, controlada casi en su totalidad por los norteamericanos. Este panorama donde el éxito extranjero dominaba a los esfuerzos isleños ciertamente tuvo un efecto inevitable en la psiquis local.
La historia de la familia Fonalledas a principio de siglo es quizás una de esas pocas excepciones. Se trata de cuatro hermanos criollos que se juntaron para adquirir un pedazo de tierra y trabajaron duro hasta establecer un imperio en la industria de la leche en el norte de la Isla. Giovanni Rodríguez en su artículo Third Plaza considera su éxito como uno de los primeros intentos puertorriqueños de formar una gran empresa y ciertamente lograron su objetivo. Sin embargo, no todos corrieron la misma suerte.
El puertorriqueño de esta época batalló mucho para sobrevivir. Muchos tuvieron que emigrar a la ciudad y cambiar su estilo de vida completamente. Se sentían fracasados, pisados y no solo se comienza a mirar con vergüenza a la filosofía jíbara, sino que se intenta buscar razones para desacreditar sus prácticas y estilo de vida.
Ante la sociedad, el jíbaro vivía con los ojos en el pasado, soñando con un pedacito de tierra que no rendía frutos. Se decía que el jíbaro no sabía comer, aunque había alimentado a su familia de la misma manera por un fracatán de años. Se desprestigió la forma local de comer para darle paso al estilo de vida de la nación en poder, así hiciera sentido o no como parte de nuestra realidad isleña. Y lo mismo ocurrió con la forma que se atendía la tierra. Las grandes maquinarias se seguirían encargando de cultivar para generar capital y la importación se encargaría de alimentarnos en su mayoría.
Las cosas tampoco cambiaron mucho cuando en 1952 Puerto Rico pasa a ser estado libre asociado de Estados Unidos o, en otras palabras, una colonia americana con control del gobierno interno. Bajo la Operación Manos a la Obra, se le dio inicio al plan de industrializar la Isla para ofrecerle un mejor futuro a su gente. A la vez, se buscaba criollizar la filosofía empresarial extranjera y se le dio prioridad a las fábricas estadounidenses.
La tierra dejó de ser la prioridad y se tachó de insostenible. Álvarez Febles cita la densidad elevada de población como una de las razones que se ha utilizado. El mismo jíbaro que conocía las maneras orgánicas de sacarle fruto a la tierra ahora debía ponerse el casco y ponchar de 8:00am a 5:00pm en la línea de producción.
El nuevo jíbaro
El estilo de vida industrial nos mantuvo conformes por muchos años, y sí sacó a muchos de la pobreza. Compramos casa de cemento, carros último modelo y cuanto embeleco engancharon en las vitrinas de Plaza las Americas. Nuestros hijos hasta fueron a universidades norteamericanas y el retiro llegaba sin problemas. Life seemed pretty good.
Pero no por nada los economistas le dicen a Puerto Rico una bomba de tiempo. Una sociedad de consumo sin una base agrícola, necesita otra fuente de ingresos que esté completamente apoyada por un gobierno de estabilidad considerable. Nosotros no tenemos ni una, ni la otra. Nos estamos quedando literalmente en la prángana y la Isla del Encanto se está quedando completamente vacía. Cada año, miles de familias empacan sus motetes para buscar fortuna en nuevas tierras. Algunos lo hacen buscando qué comer, y otros buscando empezar de cero.
Está el puertorriqueño que brinca el charco pa’ lante y pa’tras, siempre intentando volver a su Isla. Y están los vaqueros boricuas-- muy parecidos a esos jíbaros bravos del siglo 18 y 19-- que siguen dando la lucha contra todo.
Estos vaqueros están inventándose formas nuevas de darle de comer a su tribu y se están replanteando las filosofías políticas y sociales para ver si es posible tomar las riendas de su destino.
En estos días se habla con mucho fervor de la importancia que tiene la seguridad alimentaria y el impacto que esa seguridad puede tener en la psiquis de nuestra gente. El error más grave fue que al olvidarnos completamente de la agricultura para establecer la filosofía industrial como un simple remendón a un problema económico, dejamos ir a una parte vital de nosotros: nuestra tierra.
La cubrimos con cemento, la contaminamos, la malgastamos y ahora nos preguntamos si lo poco que queda representará algún tipo de salida. Solo los que han aceptado la encomienda con verdadero compromiso, dicen que sí.
El futuro se ve prometedor en los ojos de agricultores como los de Tierra Prometida en Aguadilla. Este programa agrícola no solo emplea y le ga refugio a personas sin hogar, sino que rinde frutos suficientes para abrir un mercado de verduras a precios razonables. Al igual que este programa, están floreciendo muchos otros como Siembra Tres Vidas, Hacienda Jeanmarie, El Paraíso y Productos Montemar. Está renaciendo también la popularidad de puntos de venta como el Mercado Agrícola del Viejo San Juan y la Placita de Santurce.
Los huertos urbanos son igualmente bien recibidos entre las familias jóvenes puertorriqueñas, así como la alimentación saludable con los frutos locales, el uso de la bicicleta y otras prácticas ecológicas. Poco a poco el mensaje está llegando y el orgullo por lo nuestro vuelve a tener sentido, más allá de los certámenes de belleza y las competencias de boxeo. Igual que los jíbaros del siglo 18, volvemos a soñar con un sentido de pertenencia, una tierra que rinda frutos y la libertad de forjar nuestro propio futuro.
Si es cierto que la nostalgia nos da las fuerzas para emprender caminos con más sabiduría, esperemos que esta nueva actitud esperanzadora acabe de una vez y por todas con esa plaga que continúa amenazando la relación esencial que debemos tener con nuestra tierra.
Leer tus palabras... es como estar presente en cada uno de esos periodos historicos.
ReplyDeleteHe siempre visto el cemento como un gigante que si no lo sabes "tratar" con cautela se vuelve un verdadero enemigo de la Tierra :(
Muchas gracias! En Verdelicias, nos encanta tratar temas históricos y culturales. Nos ayuda a aprender del pasado :-)
DeleteMaria pasè para desearles un feliz fin de semana.
ReplyDeleteUn sote
The diary of a fashion apprentice
Igual! Qué la pases súper!
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